jueves, 17 de septiembre de 2015

¡Este producto es natural!


Casi como el pan bimbo de Eduard Punset, el arsénico es un elemento la mar de natural, sin colorantes ni aditivos artificiales, ¡ni siquiera números E! (aunque el colorante y los números E sean aditivos, pero queda más apocalíptico decirlo aunque uno englobe los otros). Sin lactosa, no es transgénico, ¡sin gluten ni parabenos! ¡Y 0% en grasas!

Mejor ni hablamos de el erlenmeyer, el vaso de precipitados y supongo que lo de la derecha será otro erlenmeyer con una placa filtrante con tal de darle un toque siniestro. Aunque en mi, como amante de la química, consiguen lo contrario. Los productos naturales, como el que veremos al final de todo, son una de las plagas que abundan entre nuestra sociedad actualmente. Y con ellos toda una serie de beneficios que van desde curar el cáncer hasta aumentar la memoria. 


La falacia del naturalista fue planteada por el filósofo inglés Henry Sidgwick, aunque es más conocida gracias a su discípulo George Edward Moore, por usarla en su libro Principia ethica de 1903. Describe el sesgo cognitivo de pensar que lo natural es inherentemente bueno, o que lo innatural es inherentemente malo, entendiendo como natural a todo aquello que no ha sido procesado, aunque todo excepto los tomates de la huerta de nuestro tío ha sido procesado. La definición en sí es bastante vaga e imprecisa.

Si tomamos como referencia en evidencia empírica el documental de Escépticos (Capítulo 6): ¿Modificación genética? podremos ver como casi a cualquier persona que se le pregunta, hace referencia a lo natural como algo bueno de manera inherente. 

Lo natural, querido lector, no es ni bueno ni malo. Al igual que el universo no es ni bueno ni malo (excepto  el de Dungeons and Dragons que está lleno de bichos que quieren acabar contigo). 

Y que, por cierto.


Pero debo señalar que no es orgánico.



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